Como un salto en el vacío de quién no teme a la muerte.

Es el dolor el mismo que te hace levantar de la cama cada madrugada, pidiéndote desde el estómago que lo vomites todo hasta no dejar nada en tu interior. Cómo si esa fuera la solución para eliminarlo todo de raíz, cómo si de esa manera todos los problemas quedaran reducidos a nada al apretar el botón que lo envía todo hacia la cloaca, cómo si ahí terminaran definitivamente enterrados. Pero vuelves a meterte en la cama y ya no puedes volver a dormir, tu cabeza da vueltas y te sientes mareada; además de que los remordimientos te estrujan el cerebro hasta sentir cómo mil agujas te lo atraviesan sin ningún tipo de piedad.

Sientes miedo, y miles de figuras que reconocerías con facilidad en una situación normal ahora se vuelven amorfas, enormes y oscuras. Tiemblas, tienes la sensación de que se te van a echar encima, sigues mirando a tu alrededor y no hay nadie que pueda tumbarse a tu lado y abrazarte diciéndote que no va a pasar nada, que todo está bien y en su lugar, que está contigo y jamás te va a dejar. 

Y cuando te paras a pensarlo, lo que estás viendo es únicamente lo que sientes en tu interior; soledad, soledad, soledad, además de un caos oscuro y terrorífico que no te deja ver ni sentir nada más que los pinchazos de dolor que te recorren el cuerpo y te impiden respirar.

Es entonces cuando te das cuenta de que ese desequilibrio mental que has ido superando poco a poco con el transcurso del tiempo, ahora vuelve a crecer en ti. Intentas evitarlo, pero la ansiedad se te traga.