It hurts.

Dicen que a través de las palabras, el dolor se hace más tangible. Que podemos mirarlo como a una criatura oscura. Tanto más ajena a nosotros cuanto más cerca la sentimos. Si uno de estos pequeños granitos enferma, el resto del organismo enferma también. Pero yo siempre he creído que el dolor que no encuentra palabras para ser expresado es el más cruel, más hondo… el más injusto.

martes, 22 de mayo de 2012

¿Que no encontráis las amigas perfectas? Os lo explico, es que las tengo yo.

Tal vez por casualidad la vida me llevó hace ya casi dos años a un lugar absolutamente nuevo para mí, a un lugar que de bien seguro si no me hubiesen empujado yo no habría pisado por mi propia voluntad. Por ciertas circunstancias la vida me llevó a un bachillerato que no tenía planes de hacer, aunque con cierto miedo lo empecé. Después de haber pasado un verano que pareció ser eterno, entré un siete de septiembre por las puertas de un instituto que se me antojaba inmenso bajo mis pies. A día de hoy, después de un año y medio bien largo que ha parecido un simple parpadeo, puedo decir que cada una de las personas que se han cruzado en mi camino han servido de algo, que gracias a estos tantos artistas con los que he convivido a diario me he ido forjando. 
Y qué decir, quiero hacer especial hincapié en cuatro sonrisas, cuatro bichitos que me han ayudado en especial a ser la persona que soy ahora mismo, que han estado ahí ayudándome a encontrarme. Las casualidades de la vida me llevaron hasta ellas, después de dar muchos tumbos terminamos juntándonos y sé perfectamente que ahora mismo no sé ser yo sin ellas. Sin sus sonrisas cada mañana al bajar del bus, sin ese pensamiento que se me ha hecho automático en la cabeza al acordarme sólo de ellas cuando necesito un abrazo, sin la calma de Leidy, sin la risa de Abi, sin los consejos de Noa, sin las conversaciones de Alina en las que me sacaba mil lágrimas.
Ya lo dije hace unos días, pero, ¿qué haré sin mis cuatro sonrisas el curso que viene? ¿Qué haré cuando las ganas de no ir a clase aprieten con fuerza y no estén ellas ahí para decirme: 'venga Anaís, si no haremos nada, sólo quedan un par de horas', eh, qué voy a hacer entonces? ¿Quién estará ahí para aguantar mi mal humor o mis ganas de contar mil cosas por las mañanas de camino al instituto? ¿Qué haré sin esos momentos tiradas en el patio sin hacer nada bajo el sol? ¿Qué haré sin esas tardes extra que planeábamos de vez en cuando? No me gusta tener que decirle adiós a todo esto, a cada momento que podría ser y no será porque esto se acaba, porque la vida sigue, porque el tic-tac del reloj no se detiene. No quiero que nada cambie, quiero seguir siendo la de hoy con vosotras y no la de mañana con a saber quién.
¿Sabéis? Sois como las cuatro patas de una silla. Con las cuatro todo se sostiene, pero si una falla, si una se rompe, el conjunto se tambalea hasta desmoronarse. No os vayáis nunca, por favor. Sin vosotras yo no.
Y sólo una cosa más, gracias. Una palabra tan pequeña con tantos motivos escondidos detrás, y sólo os daré dos de esas muchas razones por las que agradeceros todo; para empezar, gracias por cuidarme, y simplemente también, gracias por aguantarme tantas veces, que sé que no es fácil...

Os quiero, mis sonrisas.

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