No me la quito de la cabeza, no puedo de ninguna manera. No hay momento en el que recuerde esa noche y no se me encoja el estómago, es imposible evitar esta sensación al recordar sus labios rozando y mordiendo los míos sin cansarse. No quiero ni meterme en la cama porque ahora no va a estar ella, no va a estar y me costará horrores dormir. No entiendo qué ha pasado, qué me ha pasado. Creo que la quiero. Bueno, mejor dicho, que la quiero un poquito, muy, muchísimo más cada rato y eso, eso me da mucho miedo. Me da miedo querer, y más si se trata de quererla a ella, porque sé que no me quiere igual. Me supera. Repito en mi cabeza otras mil veces que no entiendo qué me está pasando, o más bien sí que lo sé pero me absorbe el miedo y me lo niego. Pero es que de repente llega, me abraza y todo se disipa. Después me mira a los ojos, me sonríe y todo mi puto caos se pone en orden, contradiciendo a mis latidos, que los muy locos se aceleran, como si quisieran expulsar este corazón hacia fuera. Y entonces definitivamente lo veo, me doy cuenta, y ya lo sé, es el sonido de su risa y esa sonrisa. Esa sonrisa suya, joder.
Me ha encantado la entrada. Un saludo desde http://marisa-dulcetentacion.blogspot.com.es/?m=1
ResponderEliminarJoder tía. Me pasa lo mismo, exactamente. Creo que estamos perdidas... muy perdidas por ellas. Pero que le vamos a hacer, es lo que hay. Nos enamoran con la sonrisa y ya nos quedamos tontas. Un beso preciosa.
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